“No te voy a pedir que me des un beso ni que me pidas perdón
cuando creo que lo has hecho mal o que te has equivocado.
Tampoco voy a pedirte que me abraces cuando más lo necesito
o que me invites a cenar el día de nuestro aniversario.
No te voy a pedir que vayamos a recorrer el mundo, a vivir
nuevas experiencias, y mucho menos, te voy a pedir que me des la mano cuando
estemos en mitad de esa ciudad.
No te voy a pedir que me digas lo guapa que voy, aunque sea
mentira, ni que me escribas nada bonito. Tampoco te voy a pedir que me llames
para contarme que tal el día ni que me digas que me echas de menos.
No te voy a pedir que me des las gracias por todo lo que
hago por ti ni que te preocupes por mi cuando mis ánimos estén por los suelos,
por supuesto, no te pediré que me apoyes en mis decisiones, tampoco te voy a
pedir que me escuches cuando tengo mil historias que contarte.
No te voy a pedir que hagas nada, ni siquiera que te quedes
a mi lado para siempre…
…porque si tengo que pedírtelo, ya no lo quiero.”
Frida Kahlo.
Cuantas historias,
esas historias que solo quiero contarte a ti,
cuantas rutinas idolatradas por tu sonrisa en mí.
Cuantas locuras escondidas y amontonadas en ese viejo
nosotros.
Pero el amor tiene un límite como todo.
La dignidad,
el querernos a nosotros mismos.
Y lo que dice como somos,
eso, nuestras decisiones.
A veces quebradas, inquietas,
turbulentas.
Amantes de ese viejo nosotros.
Roto.
El amor no es eso,
el amor es aquello que te hace sonreír aún estando cansados.
Esa chispa inhumana.
Esa magia cómplice.
Se involucra en tu vida sin querer, y te hace creer que es
tu vida.
Que esa pequeña chispa es tu vida.
Cuando hay un mundo alrededor de ella,
infinito y sin secuelas.
Que se mueran las cicatrices,
que se agote la cobardía,
que quieras quemarte sin miedo,
por el simple hecho de correr el riesgo.
Por atreverte, por vivir.
Existen dos maneras de interpretar esa chispa.
La primera e inequívoca a la hora de encontrarnos con la
aventura de amar.
Y la segunda pero no menos importante, la subcampeona.
La que se disfraza de superficialidad.
De plástico,
esa que sientes cuando no encajas,
cuando encuentras el lugar vacío aún estando a reventar,
de charlas inocuas, sin mayor importancia que la de si
estamos bien peinados.
Incluida con desganas y falsas motivaciones,
fríos comentarios sobre quien tiene más, puede más.
Qué lástima,
y que no somos nadie para cuestionar esas superficialísimas
vidas.
Pero aquí estamos, no encajando,
con esta chispa por compañía, y años de experiencia fingida.
Que sencillo es decir a los demás como actuar,
y que complicado es arreglar nuestro desorden,
qué paradoja más clara,
Directa e irónica.
“Yo como cretense,
afirmo que los cretenses siempre mentimos”
¿Y nosotros? ¿Somos quizás esa superficialidad vestida de
paradoja?
Tal vez simplemente no encajemos.
O Quizás la situación no ha estado a nuestra altura.
Nuestra capacidad para camuflarnos está oxidada o no
queremos enlazarnos con actitudes vanas, y sin ningún tipo de lucro.
Sin nada de misterio.
Cansados de aguantar, zarpazo a zarpazo,
nos vamos.
Porque no traicionamos a nadie al no encajar en su ambiente,
su entorno no tiene que ser el nuestro para estar ahí, con
esa persona.
Y gracias a esa chispa, quizás descubras que ese no es tu
lugar, que esa no son "las personas".
·Miss.Tina·
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